Esta es la cara de una mujer de cuarenta años que fue a hacer ejercicios en la mañana y que siendo casi las cinco de la tarde no se ha bañado, ni ha cocinado, sino que ha dormido y encima está de mal humor...¿algún problema con eso?
¿Dónde estabas tú que te horrorizas y me juzgas, me pregunto, cuando yo daba de lactar a eso de las tres de la mañana y encima tenía que levantarme a hacer loncheras y preparar desayunos con solo una o dos horas de sueño?
¿Dónde estabas tú cuando el sueño me invadía pero no podía pestañear porque sino algún pequeño se caía, o electrocutaba o quien sabe qué otra cosa?
O cuando había que ir al parque con los ojos llorosos de sueño y un cansancio que hacía pesado cada brazo y las piernas que parecían tener grilletes. Y cuando llegabas parecía que el pasto te gritaba ¡Estoy fresquito y suavecito, échate un ratito! Acompañado de una brisa de la tarde perfecta para sumergirse en la inconsciencia, pero que si cedía alguien podía ser atropellado, o robado por el loco, o mordido por el perro o cualquier otra cosa que invite a cachetear de un sobresalto esa deuda de sueño alojada en mis párpados y cada músculo de mi ser.
Ni hablar del resentimiento de mi cama, que todo el día sabía que no era una prioridad. Me veía pasar de aquí para allá, con una escoba, un trapo, ropa sucia, con un delantal o con un bebé. Mis cortas visitas durante el día eran para cambiar algún pañal, para doblar la ropa limpia o para sentarme a ponerme bien los zapatos. Años de indiferencia y abandono, sólo en las noches nos veíamos y creo que ni siquiera había terminado de acostarme cuando ya estaba en brazos de Morfeo, quien en breve siempre utilizaba la ansiedad para echarme de la comodidad de su reino con cosas pendientes que se filtraban en mis sueños haciendo que muchas veces espere despierta hasta el amanecer para terminar lo que sea que no termine el día anterior.
Pero pasan los años, tal vez dos décadas y todo empieza a cambiar. Las metas personales son el nuevo impulso para despertarse cada día. Hay algo de sabiduría y experiencia salpicadas aquí y allá. El tiempo es apreciado y la capacidad para levantarse temprano y disfrutar un día productivo se vuelve todo un deleite.
Y también hay días como hoy, llenos de planes y metas, en los que el cuerpo se opone a todo y solo quiere su cama. Viendo entonces que no recibo aplausos por sacrificar una siesta, ni que por eso será el Apocalipsis mañana, decido hacer un abandono de obligaciones. Ni baño, ni cambio de ropa, ni peinado, ni ropa limpia ¡nada! Mejor si no es sábado porque se disfruta más. Duermo, duermo y duermo más. Y me levanto con el mal humor acumulado de todos esos años lista para ladrar si es que alguien osara cuestionarme.
Pienso en todos aquellos y aquellas que están trabajando arduamente en este preciso instante. Esta siesta va en su honor. Sobretodo para las nuevas mamás. ¡Salud! Ya les llegará su día, espero que no dejen para dentro de diez años lo que pueden dormir hoy.
Clb